Hace unos años, refiriéndose a las sesiones del Parlament, Albano-Dante Fachin escribió un tuit en el que se podía leer: “A ver qué ópera bufa nos tiene hoy preparada”. Poco tiempo después, un ministro del Gobierno utilizó la expresión ’Parlament de fireta’ para describir la cotidianidad de la cámara catalana. 

Es probable que ambas referencias a la principal institución del país sean impropias y poco afortunadas; quizás sí, pero lo cierto es que la ultima década vivida en el Parlament de Catalunya ha sido la más esperpéntica de toda su historia. 

No les hablaré de la reiterada vulneración del Estatut de Autonomía, ni del reglamento o de los galimatías de la Mesa; tampoco de las eternas disputas, de las broncas y pataleos en el hemiciclo, ni del lenguaje desconsiderado que comienza a prodigarse entre diputados. 

Lo cierto es que la ultima década vivida en el Parlament de Catalunya ha sido la más esperpéntica de toda su historia

No, hoy procede otra cosa, toca hablar de la Cámara ‘en sí’ como diría el filósofo. Si los parlamentos son la expresión de la voluntad popular que emana de las urnas, estos deberían ser ejemplares en todos los sentidos, tanto en la forma como en el fondo. 

Estas últimas semanas el Parlament ha sido fuente de noticias preocupantes. Las jubilaciones de oro de algunos funcionarios, las trifulcas entre letrados aireadas en los medios de comunicación, las dimisiones o el debate sobre las dietas por desplazamientos de los diputados, han deteriorado la imagen de la institución. Circula un virus llamado desafección y urge combatirlo. ¿A qué esperan señorías